Las fotografías amarillentas emergen del revelado como fantasmas que reclaman su lugar en el presente. En Snapshots, Piper Laurie encarna a Rose, quien recibe inesperadamente un archivo perdido de fotos de su aventura lésbica ilícita cuando era una joven mujer casada. Esta premisa, que podría haberse resuelto en melodrama barato, encuentra en las manos de Melanie Mayron un territorio más complejo: el de los silencios que atraviesan generaciones y los secretos que moldean la arquitectura familiar.
La directora, conocida por su trabajo en thirtysomething y por habitar durante décadas los márgenes de una industria que relegaba a las mujeres detrás de cámaras, construye aquí una narrativa de capas temporales donde el pasado lésbico no es un fantasma a exorcizar, sino una fuerza viva que redefine el presente. Rose ha convertido su casa en Table Rock Lake en su hogar durante más de 50 años, y cuando su hija Patty y su nieta Allison llegan con una cámara vieja y muestran las fotos de una película de 50 años que habían revelado, Rose es transportada de vuelta a principios de los años 60.
La película respira en dos tiempos: el verano de 1960, donde la joven Rose vive una pasión transformadora con Louise, y el presente, donde tres mujeres (abuela, madre e hija) navegan las turbulencias de sus propios secretos. Cuando el pasado secreto de una abuela colisiona con el futuro secreto de su nieta y el presente airado de su hija, ¿puede el amor de tres generaciones ser suficiente para aceptar décadas de engaño?
Mayron entiende que la represión genera texturas específicas. Sus planos del lago no son postales bucólicas sino espejos donde se reflejan las ondas de lo no dicho. La fotografía construye un lenguaje de contrastes: los tonos sepia del pasado lésbico se filtran a través de una nostalgia que no romantiza sino que duela, mientras que el presente se presenta en colores saturados que revelan la artificialidad de las máscaras familiares.
Las pasiones ardientes de la joven Rose (Shannon Collis) y su vecina Louise (Emily Goss) fácilmente podrían haberse llevado a la tumba con ella, pero el hallazgo de las fotografías opera como un dispositivo narrativo que trasciende el simple flashback. Las imágenes no son solo recuerdos: son evidencia material de una identidad sepultada, fragmentos de una Rose que existió en plenitud antes de convertirse en la matriarca que conocemos.
La representación lésbica en Snapshots rechaza tanto la tragedia como la celebración simplista. La relación entre Rose y Louise se presenta con una naturalidad que era impensable en el cine mainstream de décadas anteriores, pero también con una consciencia dolorosa de las fuerzas históricas que condenaron esa naturalidad al silencio. “Louise: Te prometo que no te besaré nunca más, ¿está bien? Rose: ¿Lo prometes? Louise: asiente No”, dice el diálogo, y en esa contradicción inmediata se condensa toda la imposibilidad de negar el deseo auténtico.
Hasta donde sabían su propia hija, Patty (Brooke Adams), y su nieta, Allison (Emily Baldoni), Rose había estado felizmente casada con un hombre hasta que él murió. Este hombre era su mejor amigo y su esposo en todos los sentidos. Esta revelación estructura la película no como un coming out tardío, sino como una arqueología emocional donde cada generación debe reescribir su historia familiar.
Patty, la hija de Rose, encarna la generación intermedia: lo suficientemente moderna para no condenar abiertamente la homosexualidad, pero lo suficientemente marcada por los valores de su crianza para sentirse traicionada por el engaño. Su furia no proviene de la homofobia sino de la sensación de haber vivido una vida construida sobre ficciones. Brooke Adams, veterana del cine independiente de los setenta, aporta una vulnerabilidad áspera a este personaje bisagra, atrapado entre la comprensión y el resentimiento.
Allison, la nieta, representa las posibilidades del presente: una generación para quien la diversidad sexual es un dato de la realidad, no una transgresión. Su propia narrativa secreta —que la película insinúa pero no explicita completamente— sugiere que los silencios familiares se replican de maneras inesperadas, que cada generación encuentra sus propias formas de ocultamiento.
Mayron, formada en los márgenes del nuevo cine estadounidense, entiende que la narrativa lésbica requiere un lenguaje visual específico. Sus encuadres privilegian los primeros planos que capturan las microexpresiones, esos gestos mínimos donde se filtra lo reprimido. La casa del lago funciona como un personaje más: sus rincones guardan secretos, sus ventanas enmarcan revelaciones, sus espacios exteriores ofrecen la libertad que los interiores niegan.
La estructura temporal de Snapshots rechaza la linealidad convencional del melodrama familiar. Los flashbacks no emergen como explicaciones sino como irrupciones: el pasado irrumpe en el presente con la fuerza de lo reprimido que retorna. La edición construye puentes emocionales entre las dos épocas, sugiriendo que el tiempo lésbico opera bajo lógicas diferentes al tiempo heteronormativo.
Hay corazón palpable pero muy poca textura humana en el estudio gentil de Melanie Mayron sobre un romance lésbico y su reverberación emocional, señala la crítica especializada. Esta observación apunta a una de las limitaciones de la película: en su voluntad de evitar los excesos melodramáticos, a veces se queda en la superficie de las emociones que pretende explorar.
Snapshots opera en el territorio complejo de la representación lésbica mainstream. No es cine militante ni tampoco entretenimiento escapista, sino algo más ambivalente: un intento de construir narrativas lésbicas que sean, simultáneamente, específicas y universales. Esta doble demanda genera tensiones productivas pero también limitaciones evidentes.
La primera mitad es un poco lenta. La película parece ir con un viejo lío lésbico. Eso puede ser interesante en el siglo pasado, pero es procedimiento operativo estándar hoy en día, comenta un espectador, revelando las expectativas contradictorias que enfrenta el cine lésbico contemporáneo: ser pionero en un terreno ya explorado, ser relevante en un contexto de mayor visibilidad.
La película encuentra su fuerza en los intersticios: en los silencios entre madre e hija, en las miradas que se cruzan entre pasado y presente, en la textura específica de una masculinidad lésbica de los años sesenta que no busca imitar códigos masculinos sino crear los propios. Piper Laurie es extraordinaria como la matriarca Rose, quien es revelada por su aventura lésbica unos 50 años en el pasado, y su actuación ancla la película en una experiencia específica: la de una mujer que vivió su deseo auténtico en los márgenes de una sociedad que no tenía lugar para él.
En su búsqueda por tejer artísticamente un fin de semana de escapada a la casa del lago para una hija, madre y abuela junto con una aventura lésbica de años, “Snapshots” descuida la piedra angular del desarrollo del personaje de una manera que hace que toda la película sea un poco inestable. Esta observación toca el núcleo de las limitaciones de la película: su voluntad de abarcar demasiadas narrativas simultáneas diluye la potencia de cada una.
Sin embargo, estas limitaciones no invalidan los logros de Snapshots. La película existe en un momento de transición para la representación lésbica: después de décadas de invisibilidad y antes de la normalización completa. En ese espacio liminal, construye un relato sobre la complejidad de los silencios familiares, sobre cómo los secretos moldean no solo a quien los guarda sino a quienes los rodean.
Mayron entiende que el cine lésbico no puede limitarse a la representación positiva: debe explorar las ambivalencias, las contradicciones, los costos emocionales de vidas construidas en los márgenes. Snapshots no ofrece resoluciones fáciles sino preguntas incómodas: ¿qué les debemos a las generaciones que nos precedieron? ¿Cómo se procesan décadas de silencio? ¿Es posible la reconciliación sin traición?
La respuesta emerge en los momentos finales, cuando las tres mujeres enfrentan la posibilidad de construir una intimidad diferente, basada en la aceptación de las complejidades mutuas. El lago, testigo silencioso de pasiones secretas, refleja ahora la posibilidad de futuros más honestos.